Resistencia a creer

Padre Jairo Gregorio Congote

A veces nos resistimos a creer, solo basta echar una mirada a los discípulos de Emaús que, vueltos a Jerusalén, le cuentan al grupo de los discípulos sobre su encuentro con Jesús resucitado. Por eso es muy sorprendente que mientras el grupo está escuchando a los de Emaús, precisamente al aparecer Cristo en persona en medio de ellos, los discípulos tienen miedo y se resisten a creer lo que están viendo sus ojos. Hasta cierto punto era lógico. Lo habían visto padecer, morir y lo habían puesto en el sepulcro hacía tan sólo unas pocas horas, si bien las suficientes para el desplome de toda ilusión y esperanza mesiánica ante un fracaso tan notorio. Por tanto, se debe tratar de un fantasma, piensan ellos, una alucinación. Entonces Jesús acumula pruebas físicas de su identidad, que evidencian su humanidad corpórea, si bien glorificada; lo cual explica el que en un primer instante no lo reconozcan sus discípulos. Pero ellos, después de un proceso gradual de fe y con base en su experiencia y contacto personal con el Señor resucitado, acabarán por reconocer que no es otro que el mismo Jesús de Nazaret, su maestro, que murió y está vivo porque ha resucitado. Además de todo esto Cristo añade otra prueba de su identidad mesiánica: la lectura cristológica del antiguo testamento. Lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse. El mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.
Para la manera de pensar de los discípulos era casi imposible pensar que el mesías tuviera esas características de jugar a perder. Creían que su triunfo debía ser suyo de antemano, y su victoria sería no sólo espiritual sino también político-social, al inaugurarse la anunciada era mesiánica. Sin embargo, avisa Jesús, el mesías heredero del trono de David es también el siervo sufriente de Yahvé, que da su vida por el pueblo y llega a la gloria a través de una muerte ignominiosa. Ante la aparición de Cristo resucitado vemos que la fe tiene una franja de claroscuro que se sitúa entre la duda y la entrega confiada y que está compuesta de riesgo y seguridad al mismo tiempo. Para nosotros hoy día creer en Cristo y en Dios pertenece al mundo de lo invisible y, por tanto, no entra de forma inmediata en lo sensible. La fe por una parte es inseguridad y riesgo, aunque compensados por otra con una certeza absoluta, indefinible pero cierta. “La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve” (Heb 11,1). Creer en la resurrección de Jesús es aceptar el misterio de fe que constituye este hecho cierto en la vida de Jesús y en la nuestra. Cristo no es un fantasma histórico del pasado, sino vida en presente. Con su aparición de hoy Jesús aporta una base “racional” para la fe de sus discípulos, pero ésta no es fruto lógico de la razón sino de la experiencia pascual y del encuentro en profundidad con Cristo; lo cual les da una seguridad absoluta e indestructible, tanto que condicionará toda su vida.
El que cree en Dios sabe de quién se fía al renunciar a los propios proyectos para asumir como suyos los planes de Dios, al igual que hizo Cristo. Creer hoy es comprometerse gozosamente con Dios, con nuestra conciencia y actitudes personales, con los demás, con el mundo y con la vida. Creer es vivir toda nuestra vida con espíritu pascual, es decir, como resurrección perenne y nacimiento constante a la vida nueva de Dios; y atreverse, como los apóstoles y primeros creyentes, a convertirnos radicalmente cambiando el rumbo de nuestra vida y dando razón de nuestra esperanza a pesar de la duda y del egoísmo, de la injusticia y del desamor, y de la muerte.