La Vida y el Fruto

Padre Jairo Gregorio Congote

El Señor dice que el que permanezca en El, ese da fruto abundante y mediante el simbolismo de la vid, habla de comunión de vida con Cristo y con los hermanos mediante la fe y el amor. Cristo es la vid y nosotros los sarmientos. Unidos a él por el Espíritu que nos dio, produciremos fruto abundante si guardamos el mandamiento de Dios: creer en Jesús y amarnos unos a otros. El evangelio por medio de la parábola enseña sobre la necesidad de permanecer unidos a Jesús para dar fruto abundante para Dios. También dice que sin Dios nada podemos hacer.
En el antiguo testamento la viña es Israel; en el evangelio de Juan es Jesús, quien no sólo es la cepa sino la vid entera, que sustenta y mantiene unidos los sarmientos, que somos nosotros. Por lo tanto debemos permanecer en Cristo y dar fruto. Lo primero es condición para lo segundo; es decir, permanecer unido a la vid, que es Cristo, es la condición indispensable para dar fruto para eso es necesario dar gloria al Padre y ser discípulo suyo: “Con esto recibe gloria mi Padre, con que den fruto abundante; así serán discípulos míos.” Para dar fruto necesitamos la savia de la vid, que es Cristo. Sin él nada podemos hacer, porque sin la savia se secan los sarmientos. Solamente en contacto con Jesús tenemos vida y fuerza interior, capacidad y aguante para transformar la dura realidad y vencer el mal dentro y fuera de nosotros.
En nuestro trabajo y actividades, a veces agobiantes, deberíamos hacer un alto en el camino para reflexionar. Es imprescindible estar unidos a Dios para que haya eficacia pastoral y abunden los frutos de tanto trabajo apostólico y predicación. Es necesario hacer todo esto porque así lo piden la misión evangelizadora y el mandamiento de amarnos que nos dio el Señor; pero ha de hacerse en contacto con la savia de la vid, en contacto con Jesús por la fe, la oración, los sacramentos y el cumplimiento de la voluntad de Dios. Insiste Jesús que hay que permanecer unidos a él dando fruto o ser cortados y tirados al fuego si no hay fruto. Los sarmientos vivos han de ser podados para fructificar más. Como labrador de la viña que es, Dios se encarga de hacer la poda de los sarmientos en la Iglesia de Cristo por medio de la persecución y las tribulaciones.
Nosotros hemos de colaborar facilitando su tarea. ¿Qué poda? La riqueza almacenada, la soberbia, las influencias mundanas, el lucro, el acaparamiento, la vanidad y el aplauso. Necesitamos también una poda de conversión. Nos sobra leña seca y nos falta savia joven y vida nueva del Espíritu. Habremos de podar la falsa seguridad en nosotros mismos y en nuestras buenas obras, al creernos los mejores y el vernos superiores a los demás, el pensar que ya estamos convertidos cuando de hecho estamos sobrados de pereza y egoísmo, de mentira e hipocresía, de frialdad y materialismo. Dar fruto es creer y amar. Para dar fruto hemos de colaborar con Dios manifestando su vida en nosotros. En definitiva, ¿qué es fructificar evangélicamente sino creer en Jesucristo y amar a los hermanos? Hay que unir la fe y las obras, como se funden en la eucaristía el fruto de la vid, el trabajo del hombre y el servicio del cristiano al reino de Dios. Pidamos y busquemos una fe viva mediante el contacto vital con Cristo en la oración, en la escucha de su palabra, en los sacramentos, especialmente la eucaristía, y en el amor a los hermanos.