Reflexiones sobre el amor
Por el Padre Jairo Gregorio Congote
El Evangelio nos habla de un amor sin límites. Hoy los fariseos vuelven a la carga para poner a prueba a Jesús: “¿Cuál es el mayor de todos los mandamientos?”. La respuesta de Jesús marcará la diferencia de siglos de historia: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La caridad cristiana ama según Dios. No tendremos duda sobre cómo hemos de cumplir este mandamiento nuevo; basta ser imitadores de Cristo y convertirnos en modelo de todos los creyentes.
El corazón del hombre ha sido creado para amar. El problema comienza cuando tenemos que elegir un amor: ¿A quién amar? ¿Cómo debe ser mi amor? ¿Qué hacer cuando no me satisface la experiencia del amor? Cristo nos ofrece el prototipo del amor verdadero que en cristiano se llama caridad, sin mezcla de egoísmo y con las mejores garantías. El cristiano, cuanto más amor acoge en su corazón, mejor refleja la imagen de Dios que lleva dentro.
¿Qué es primero, Dios o el prójimo? Hay que colocar en la balanza los dos amores y ver cuál pesa más. Nuestra experiencia es que el amor de Dios pasa a través del amor del hombre y viceversa, pues cuando es recto y justo es expresión concreta del amor de Dios. Pero el amor a Dios no entra en competencia con los otros amores. Porque Dios y las demás cosas no se encuentran en el mismo plano.
El amor a Dios es más emotivo. Amar al prójimo cuesta, exige renuncia y generosidad constante: Puede ser el anciano solitario que vive en la casa de enfrente, y que necesita que yo le eche una mano. Puede ser el compañero de trabajo que me ha desacreditado y que, a pesar de todo debo seguir amando y comprendiendo e incluso, perdonando.
El amor del Evangelio es una síntesis del amor a Dios y del amor al hombre. No se puede reducir a uno u otro pues sería como partir por la mitad al cristianismo. El auténtico amor a Dios se expresa necesariamente en el servicio real al hombre concreto: Tener corazón compasivo y misericordioso con el forastero, el marginado, la viuda, los huérfanos, los emigrantes. El amor cristiano va mucho más allá de la filantropía.
Los cristianos estamos llamados a vivir en el amor. El que vive en el amor no puede amar a uno y odiar a otro, sino que el amor moldea todas sus relaciones. El amor de Dios es amor de amistad. Un amor que reconcilia al pecador, lo transforma interiormente, lo regenera. Escribió Rubén Darío: “Hemos de acordarnos que somos hermanos / hemos de acordarnos del dulce Pastor / que crucificado, lacerado, exánime / para sus verdugos imploró perdón”.
Para que el amor sea auténtico debe concretarse en la práctica de los mandamientos. El corazón humano conoce este camino divino porque fue hecho a imagen y semejanza de Dios. Dios nos da el amor como una gracia, no es un fruto espontáneo del corazón; por eso tenemos que pedirlo insistentemente en la oración.