Los Regaños de Jesús

ERNST - julio 22

Por Padre Gregorio Congote

Hace muchos años, cuando estaba tomando un curso para aprender a nadar bien, nuestros instructores nos hablaban, no sólo de lo que se necesita para ser un buen nadador, sino de lo que a veces tienen que hacer los salvavidas con el fin de rescatar a una persona del agua cuando se está ahogando: nos explicaba, aquel socorrista, que cuando una persona ve que se está ahogando, entra en pánico, y la agitación desordenada de sus brazos y piernas, la agitación de su respiración, simplemente, empeoran su situación, empeoran su condición, y por eso en algunas oportunidades, lo que tiene que hacer el socorrista, es gritar con autoridad a la persona que se está ahogando, o incluso, en casos extremos, golpear a la persona, para que al tranquilizarse, pueda colaborar con el socorrista de la única manera que puede y debe hacerlo: dejando que su cuerpo sea llevado por la persona que sí puede rescatarlo. Me atrevo a decir, que ese socorrista es similar a nuestro Señor Jesucristo, quien muchas veces, por eso, tiene que hablarnos con mucha fuerza, tiene que hablarnos, podríamos decir, con tono de regaño. No tengamos miedo de decirlo; Cristo nos regaña, Cristo nos corrige, y nos corrige con fuerza, porque lo necesitamos, y esa corrección de Cristo, es fruto de misericordia. Lo mismo que el socorrista se compadece de la condición de aquel que se está ahogando y se da cuenta que si le habla con palabras suaves, y le dice: “Mira, no chapotees de esa manera, así no es, espérate, respira más despacio, mueve así, hazlo después de mí”, cuando termine de decir sus dulces y blandas palabras, el otro estará como una piedra en el fondo del río o del mar donde se encuentren. Tiene que hablar con mucha autoridad; tiene que regañar, a veces; y si es preciso, en último caso, algún golpe tendrá que darle. Ese es Cristo con nosotros; no es que le falte dulzura, de ninguna manera, es que abunda en amor, y solamente quiere lo mejor para nuestras vidas.