Un pueblo y un rey humildes

Por el Padre Jairo Gregorio Congote

La humildad no es la virtud popular de nuestro tiempo, es una faceta de la vida cristiana que nos hace mucho bien y que en cierto modo es la puerta para muchos otros bienes. La humildad no es una virtud más dentro de una lista de virtudes. Como que todo el Antiguo Testamento tenía una meta: preparar un pueblo humilde, que pudiera aceptar a aquel que viene “humilde y montado en un burrito,” según las palabras de Sofonías.

Así como vemos a Cristo rodeado de estos humildes, estos pobres, de estos enfermos, así como en el cuerpo de la sociedad Cristo escoge a esos pobres y humildes y enfermos, así también en nuestro corazón, en nuestra alma, Cristo quiere desposarse con nosotros, quiere unirse a nosotros para siempre ¿a través de qué? A través de lo espantoso de nuestros muladares, basureros, cicatrices, a través de lo que en nosotros se parece a Él. Este es el modo extrañísimo de obrar de Jesucristo. Lo que a mí me tiene amarrado y ligado a Jesucristo no es lo que ustedes vean de bueno, de poderoso o de fuerte en mí, eso no es; lo que me tiene amarrado en Jesucristo es todo aquello en lo que yo me siento débil, limitado, de lo que me hace llorar, eso es lo que me une a Cristo. 

Las Llagas de Cristo saben abrazar las llagas del hombre, y nosotros, que contemplamos las Llagas del Crucificado y lo celebramos, sepamos que así como nosotros miramos las Llagas de Él, Él mira las llagas de nosotros. Lo que nos va a unir a Jesucristo son nuestras llagas, así como lo que le une a Él con nosotros son sus Llagas. Uno no quisiera que las cosas fueran así uno quisiera estar unido a Cristo de una manera más decente, más decorosa. La parte más aburrida del alma humana, esa es la que parece interesarle a Cristo. Allí donde la vida es tenue, allí donde la fidelidad está en juego, allí donde no hay fortaleza, allí donde no hay claridad, allí en lo más horrendo de mi vida, Cristo quiere construir un puente. San Pablo, que tenía tantas cualidades, estaba colgado de Dios por un solo hilo, el hilo de su debilidad, y le decía San Pablo a Dios “quítame esta debilidad”, y Dios le decía: “¿Cómo le voy a quitar el hilo del que lo estoy sosteniendo, hermano, no ve que de ese hilo yo lo tengo colgado? ¿No ve que por esa debilidad usted es mío? Por esa debilidad, por su miseria usted es mío”. Nuestras miserias se parecen a Jesucristo. 

Ser pequeño es ser débil pero también, a menudo, es ser consciente de esa misma debilidad. Esa conciencia lleva a no confiar demasiado en sí mismo y sobre todo, lleva a buscar ayuda o soporte, cosa que suele abrir el corazón hacia Dios. Los pequeños, además, suelen ser capaces de comprender, primero que nadie, lo que significan las siguientes palabras: regalo, solidaridad, gratitud y alegría. Todas ellas se pueden resumir en una: Evangelio.

Ciertamente no hallaremos maestro de humildad como Jesús. Pruebas externas de su humildad son: el género de vida que llevó, la facilidad con que los pobres comprendían su mensaje de vida y sus palabras; la capacidad suya para ser tratado siempre como uno más; su espíritu continuo de servicio y dedicación a todos; la manera de su oración y espíritu de obediente amor al Padre. Puede juzgarse como extraño que Jesús se ponga a sí mismo como modelo entre los humildes y mansos; parecería una falta de humildad, precisamente. No es así, por supuesto. Lo que sucede es que la humildad, aun siendo grande entre las virtudes, como todas ella debe plegarse ante la Reina, que es la caridad.