La Avaricia

Por el Padre Gregorio Congote

La historia del Evangelio del rico insensato desafía nuestras actitudes hacia las cosas mundanas. Esta parábola no denigra necesariamente a los ricos. Aborda las actitudes hacia las posesiones y anima a que la riqueza sea el vehículo de la caridad. Las posesiones pueden apartarnos de la preocupación por los demás, o pueden ser el medio para la entrega desinteresada.  Si la persona más rica del mundo tiene una buena disposición de corazón, puede ser la más cariñosa y generosa del mundo.

El rico insensato ejemplifica una vida sin Dios. El hombre rico tenía su vida bien organizada, sin embargo, fue organizada sin ningún pensamiento de Dios. Se trataba de su propia supervivencia. Esa misma noche su vida iba a terminar y su riqueza perdería su valor, al menos para él. Se condenó a sí mismo a la muerte espiritual.

Considera las palabras del hombre rico: “Se preguntó a sí mismo: ‘Qué haré, pues no tengo espacio para almacenar mi cosecha’. Y él dijo: ‘Esto es lo que yo haré: Derribaré mis graneros y construiré otros más grandes. Allí almacenaré todo mi grano y otros bienes”. Sus palabras son egocéntricas: yo mismo, yo, mío. La parte del diálogo del Señor no habla del “yo”, sino que se orienta hacia el otro. El contraste entre el rico insensato y el Señor amoroso y altruista es evidente. El Señor está preocupado por el estado eterno del rico insensato y por eso le desafía.

La parábola es tan aplicable hoy como cuando fue pronunciada por primera vez por Jesús. Hacemos un inventario de nuestros valores materiales y tratamos de protegerlos y aumentarlos al máximo. Nuestro mundo parece sufrir una continua epidemia espiritual. El Señor ofrece una cura para la posible muerte espiritual mediante el amor y la caridad. ¿Cuál es la condición espiritual de nuestras vidas? La generosidad del hombre rico no produjo más que suspiros y preocupaciones. Sólo le trajo preocupaciones sobre qué hacer con todo lo que tenía. Fue muy bendecido, pero tan deprimido. Sus bendiciones trajeron tal lamento a su corazón. Imagina tal éxito trayendo tal miseria.

Un administrador responsable reconoce las bendiciones de la vida que debe compartir. Un cristiano fiel no está no se preocupa demasiado por almacenar la abundancia, sino más bien por lanzar un salvavidas a los necesitados. Así es como Dios nos ha tratado. El amor de Dios no se almacena, ni se guarda bajo llave. Se extiende a todos. Su amor es un salvavidas para los que van a la deriva en el mar del pecado y el materialismo. Las posesiones y riquezas no son para hinchar nuestros egos y cuentas bancarias, pues sólo envejecen, se desgastan, se devalúan y se deterioran. Basar la vida en esas cosas es una auténtica tontería. La lección es clara. Nuestras bendiciones son un medio para que seamos buenos administradores. Reconocer quién ha dado los dones y por qué ha sido bendecido y quién puede beneficiarse de esas bendiciones. Aprecia los dones que el Señor te ha dado y utilízalos para el honor de Dios y para ayudar a los demás.

La vida es inútil si se vive al margen de Dios. Comparte las bendiciones que te lleguen y sé rico a los ojos de Dios. Lo que tengas que ofrecer a los demás podría ser un salvavidas para ellos. Despeja tu almacén. Mantén los excesos fuera de tu bote salvavidas. Pero no seas tonto.