Impedimentos para el Conocimiento de Dios

Por Padre Jairo Gregorio Congote

El Evangelio de San Juan dice que quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Nadie ama más que el que da la vida por sus amigos. Quien no ama, no puede conocer a Dios. Amar a Jesús es guardar sus mandamientos, porque el amor no suprime la obediencia. El amor y la obediencia no se excluyen mutuamente sino que dependen el uno del otro, pues la obediencia a Dios brota del amor a él: y este amor, a su vez, le da plenitud a la obediencia creando paz y alegría. ¿Cómo podemos mantenernos unidos a Cristo para dar fruto? Al permanecer en su amor, es decir al guardar sus mandamientos, especialmente el del amor fraterno. Porque amar es conocer a Dios, que es amor. Junto con el precepto del amor, Cristo nos da también su alegría y su amistad. La unión del amor, la amistad y la obediencia crea alegría go-
zosa. El que no ama ni se siente amado, está arruinado como persona. Pero Dios siempre nos ama y nos da con qué poder amar. Amor con sacrificio y con total olvido de sí mismo para darse al hermano necesitado, triste, deprimido, solo, marginado, anciano, enfermo, encarcelado es siempre amor verdadero. Como el de Jesús y como el de tantos santos. El Dios uno y trino de nuestra fe es un círculo de amor abierto porque tenemos entrada todos gracias a su designio amoroso. Como Dios también ama al hombre, su amor bajó hasta nosotros por Jesucristo. Y está dándosenos continuamente por el Espíritu Santo, que es espíritu de amor, para que nosotros, amando a los hermanos con el amor que Jesús nos tuvo, devolvamos al Padre el amor que en Cristo nos manifestó.
Pronto celebraremos la Solemnidad de la Ascensión del Señor. Jesús ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Según el relato de los Hechos, la ascensión del Señor es el punto final del evangelio y de las apariciones de Cristo resucitado entre sus discípulos, y es también el inicio de la misión de la Iglesia, representada en los apóstoles. Misión que se funda en el envío y mandato misionero de Jesús, al que se une una promesa inmediata: el bautismo en el Espíritu Santo que es quien, en la historia de la salvación, hace el puente entre la etapa de Cristo y el tiempo de la Iglesia. La misión evangelizadora que Cristo transmite a sus apóstoles es universal y no limitada al pueblo judío. Mediante el anuncio infatigable del reino de Dios, los discípulos de Jesús hemos de proclamar su salvación liberadora, confirmando además el anuncio con el testimonio de los signos. En realidad Cristo no se ausenta del mundo y de la comunidad eclesial; sólo cambia hoy su modo de presencia, pues él sigue vivo y actuando en su pueblo mediante el servicio al reino de Dios y al mundo por parte de la comunidad cristiana. Cristo Jesús nos urge hoy la tarea misionera de evangelización y liberación humana. Ahora que Jesús ya no está físicamente presente entre los hombres, es el grupo creyente quien ha de hacerlo visible al mundo por el anuncio y el testimonio. Hacer presente a Jesús y acelerar la venida del reino de Dios es hacer posible la soberanía amorosa de Dios. Hemos de realizar hoy la tarea evangelizadora. Deber ser un anuncio fiel y valiente de Jesucristo, Señor de todo lo que constituye la vida humana; pero anuncio animado por el amor y bajo el aliento del Espíritu de Dios, que es libertad. Anuncio respetuoso con la persona, al estilo de Jesús; sin imponer, sino invitando, el anuncio y la palabra han de ir acompañados, como hizo Jesús, con el testimonio de la vida y de los signos, es decir, con el compromiso de los cristianos por la promoción del hombre desde su dignidad de persona a su condición de hijo de Dios y hermano de los demás.